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La intifada de los «Lobos Solitarios»
Por Por Alberto Mazor
La Intifada de los «lobos solitarios» comenzó. Se desencadenó porque Israel y la Autoridad Palestina (AP) no llegaron a un acuerdo en el que ambos deberían haber tomado decisiones difíciles y dolorosas. Ello no sucedió, lo que provocó que los palestinos - de a uno o en grupos - hagan uso del terror y la violencia para exigir que el Ejército hebreo y los habitantes judíos en los asentamientos abandonen Cisjordania y Jerusalén Oriental.
La primera Intifada sorprendió tanto a la dirigencia de Israel como a la de la OLP en Túnez, que había abandonado a su suerte al pueblo palestino en Cisjordania y Gaza, y se daba la gran vida recorriendo el mundo de una convención en otra, viviendo en casas de lujo y viajando en limusinas a cuenta de la comunidad internacional. Los entonces líderes de los territorios ocupados se negaron a tragar el plato que Israel y la OLP les cocinaban. La revuelta fue popular y sin armas de fuego. A pesar de la violencia, las víctimas fueron mínimas.
La segunda fue planeada y dirigida totalmente por Yasser Arafat desde la Muqata en Ramallah. El líder palestino se negó a terminar sus días de la misma forma como sucedió con Itzjak Rabín y Anwar Sadat. Cuando Bill Clinton y Ehud Barak le ofrecieron en Camp David casi el 90% de Cisjordania, todo Gaza y una ciudad capital en Abu Dis, integrada a Jerusalén, se hizo en los pantalones; miró al espejo, vio la imagen del primer musulmán en el mundo que aceptaba compartir Jerusalén con los «herejes» y entendió que el camino a la tumba - y de ahí al infierno de la historia - no era largo. No le quedó otra y, para sobrevivir, dio la orden de abrir fuego.
Tres factores desencadenantes de la tercera - como consecuencia del fracaso de las negociaciones en abril de 2014 - fueron el hecho de que Israel y Estados Unidos intentaron disuadir a la ONU de que declare unilateralmente la independencia de Palestina, el odio a muerte entre Al Fatah y Hamás y el resultado político de las últimas tres ofensivas militares de Israel en Gaza.
El momento oportuno fue, como siempre, Jerusalén. A veces el accionar humano se guía por las expectativas acerca de lo que pueda suceder y no por lo que realmente sucede. El sentimiento de frustración y odio de los «lobos solitarios» no siempre coincide con las agujas del reloj del Shin Bet, el Mossad y las aspiraciones del Gobierno hebreo.
La «calma» israelí se vio profundamente afectada. En los territorios palestinos se registró una intensa actividad belicosa. Misiles fueron lanzados a Jerusalén y Tel Aviv. Ataques terroristas y tiroteos en Cisjordania. Gaza fue destruida. Del fracaso a la desilusión, y de ésta a la conflagración, el trecho y el tiempo fueron muy cortos.
Bibi vive atrapado. Nada de lo que hizo o no hizo pudo detener a los «lobos solitarios». No se sometió a las demandas palestinas de desmantelar algunos asentamientos, no ampliar otros y liberar presos encarcelados antes de los Acuerdos de Oslo (1993). Tales acciones no sólo hubiesen significado su muerte política, sino que además suponen la total contradicción de la lógica que fundamenta su pensamiento estratégico. En opinión de Netanyahu, a corto y mediano plazo los violentos hechos en el mundo árabe y musulmán conducirán a la eliminación de los regímenes de protectorado de Occidente y a su sustitución por los satélites de Irán. La entrega de Cisjordania y Jerusalén Oriental a los palestinos, piensa Bibi, los convertirá en «una base para el terrorismo iraní», haciendo insoportable la vida en Israel.
En su angustia, Netanyahu se centra en evitar toda iniciativa en favor de un acuerdo impuesto por el dúo Obama-Kerry ahora o por Hillary Clinton desde 2017. Al igual que todos sus predecesores desde 1967, Bibi ve con temor que llegue el día en que el presidente de Estados Unidos le ordene abandonar los territorios - tal como Truman y Eisenhower lo hicieron con Ben Gurión; el primero al finalizar la Guerra de la Independencia (1948-1949), y el segundo inmediatamente después de la Campaña del Sinaí (1956), cuando le exigió retirarse de la península egipcia.
Durante los últimos 48 años la política exterior israelí se esforzó por evitar la repetición de aquellos escenarios a través de una combinación de intransigencia y entrega de ciertos territorios considerados menos importantes - Sinaí, Gaza, ciudades y poblaciones de Cisjordania, el sur de Líbano - a fin de conservar para si los «premios mayores»: Jerusalén, los grandes bloques de asentamientos en Judea y Samaria y los Altos del Golán.
Bibi no se equivoca al considerar que Estados Unidos e Israel se encuentran en una situación de repliegue estratégico frente a los violentos sucesos en la región. La firma del acuerdo nuclear con Irán, la destrucción de Siria y el accionar salvaje del Estado Islámico (EI) le dan la razón. Es evidente que un abandono de territorios bajo amenazas de un acuerdo impuesto, o en el contexto de esta tercera Intifada, será interpretado como señal de debilidad. Pero, como todo héroe trágico, Netanyahu tejió su propia trampa. De haber continuado con el proceso de Annápolis después de llegar al poder por segunda vez, en lugar de arrojar a la basura la revisión de la política oficial israelí hasta entonces, su situación actual sería mejor. En aquel momento, Mubarak estaba firmemente asegurado en el poder de Egipto, Estados Unidos había propuesto borrón y cuenta nueva a los árabes, el yihadismo no alcanzaba niveles preocupantes, Ahmadinejad estaba en la mira de la mayoría de los líderes del planeta e Israel podría haber aprovechado la oportunidad con sólo decir «Sí».
Si Netanyahu hubiera aceptado el mapa del ex primer ministro Ehud Olmert, como base para las negociaciones, el mundo lo habría aclamado y podría haber exigido esos ajustes tan importantes para él como son el reconocimiento de un Estado nación para el pueblo judío, la presencia del Ejército israelí en el valle del Jordán y una solución mucho más favorable a las intenciones nucleares de Irán.
Sin embargo, Bibi se negó a discutir los asuntos principales con los palestinos - Jerusalén, fronteras, refugiados y seguridad -, más allá de sus vagas declaraciones - discursos en Bar Ilán, la ONU y el Congreso de EE.UU, en los que nunca aportó ninguna propuesta concreta; al contrario, desperdició casi un ridículo minuto de silencio - y terminó cayendo en la trampa diplomática preparada para él por Obama - que tendrá muchos aspectos malos, pero no mala memoria - que todavía puede no vetar una hoja de rutas propuesta por Francia para una solución impuesta al conflicto si considera que Netanyahu le da a entender demasiado a Putin que su intervención en la zona va de maravillas.
Ahora es demasiado tarde para «aplastar» la violencia a sangre y fuego, arrestos multitudinarios - especialmente de menores -, deportaciones o explosiones de casas de terroristas palestinos. El mundo considera al Gobierno de Bibi - que no cesa en exigir la anexión de Cisjordania a Israel y la ocupación de por vida - obstinado y terco.
Ciertamente, Bibi fue incapaz de evitar la Intifada de los «lobos solitarios», que al igual que sus dos predecesoras, ampliará la manada y le costará a Israel muchas víctimas innecesarias, para llevar a cabo finalmente lo que tanto quiso evitar.




Octubre 2015 / Jeshván 5776
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